viernes, 7 de mayo de 2010

Réquiem a una sociedad

Diría que hoy es un día normal, no un día más, sino uno normal. Pero, desgraciadamente, no puedo decirlo. Es un día normal dentro de un círculo de más días normales, hoy es uno más de un ciclo de muchos más y como tal, hoy, he vuelto a sentir el desapego sobre esta especie.

Llevo unos días con la cabeza sobre una situación que pude presenciar, además, las circunstancias, en su cruel transcurrir del día a día, han ido complementando la idea que, si bien cada día mantengo (Por más o normal que sea), aún no acabo de creerme del todo… Aunque visto lo vivido, es sólo cuestión de tiempo. La sociedad está corrupta.

Pues bien, tengamos esto como punto de partida. Entrar a juzgar el estado de esta sociedad creo que queda fuera de lugar ya. Con salir a la calle, montarse en una guagua o sencillamente estar 10 minutos en hora punta escolar frente a un instituto, se sacarían muchas más conclusiones de las que yo abordaría en toda una tarde. Si bien, contaré una de esas situaciones, en uno de esos momentos, en un día quizás demasiado normal, pues desgraciadamente, lo que sigue, ya no resulta raro.

Mientras volvía de mis quehaceres matutinos, en un día que no puedo especificar con exactitud, pude ser testigo de la muestra más cruel del declive completo de esta sociedad. Todo ello, a razón de mi juicio. No me enredo más. Al pasar por una plaza, un grupo de chavales, adolescentes en plena explosión hormonal, jugueteaban a pelearse entre ellos. No hubiese significado nada para mí de no llamarme la atención un detalle. Es normal que los “pre-hombres” intenten demostrar a sus iguales su superioridad física mediante demostraciones de fuerza, mientras son jaleados por sus congéneres. ¿Si lo hacían en las tribus hace 50.000 años, porque íbamos a dejar de hacerlo ahora? Sólo se ha cambiado desde entonces la cantidad de ropa y la dureza de nuestras viviendas… El caso es, un mínimo detalle, convirtió ese día más, en ese día mayúsculamente normal, por reiterado de mi congoja. Sucedía, que el grupito jaleaba a un chaval con Síndrome de Down hacia otro chico con el mismo síndrome. Así pues, el primero atacó al segundo, que ni reaccionó en su defensa, mientras el primero le flagelaba con golpes en la cabeza, entrando en un frenesí alimentado por los vítores de sus sojuzgadores. Así pues, el primero de los chicos acribilló al segundo que claudicó huyendo un trecho, mientras el otro volvía con el grupo entre clamores. Como comprenderán, ver eso, personalmente, me afectó en lo más hondo de mi humanidad herida. Cosas así merman mi esperanza. Si bien, no es el único episodio en el que, el difícil convivir de la sociedad me subyuga. Hubo otro episodio, similar a este, hace casi un año, que me sembró exactamente las mismas terribles sensaciones. Y esto, no se cura, se acumula.

Así pues, y dejando atrás días ya pasados, me planteé hoy, por cuestiones que no vienen al caso, el por qué de la necesidad humana de fingir ante otros que todo es maravilloso cuando, claramente, resalta, por obvio, todo lo contrario. No tengo ganas ni edades para estar cargando fachadas tontas de sonrisas, cuanto más, vacuas e hipócritas, para intentar mitigar verdades a medias por mucho que algunos no quieran terminar de verlas. Si bien esto sonará raro y confuso, pero yo necesitaba decirlo, como confirmando, para mí, que es mi propio juicio aquel que vela por que siga regio en este proceder que me da forma. Acabo con una cuestión:

¿Amanece acaso, cada mañana, por normal que parezca, en un mundo cada día peor? Votemos.

0 comentarios:

Publicar un comentario